Del parripollo al Rappi:
rebusques de un país en crisis

En los años 90, cuando la convertibilidad estalló en mil pedazos y el modelo económico dejó a millones sin laburo, los barrios se llenaron de kioscos, parripollos y canchas de paddle. Algunos lo recuerdan con nostalgia, otros con bronca. Pero todos sabían que esos negocios no nacían por vocación emprendedora, sino por necesidad. Eran, como se decía entonces, “rebusques” para sobrevivir en un país que cerraba fábricas, privatizaba todo y empujaba a las familias al desempleo o la informalidad.

Hoy, con otra cara pero con la misma raíz, vivimos una escena parecida. La diferencia es que en vez de parripollos, tenemos Rappi. En vez de un kiosco en el garaje, tenemos un perfil en una app. Y si antes alguien se armaba una cancha de paddle porque no tenía dónde caer muerto, hoy se prende a manejar un Uber, hacer delivery en bicicleta o vender por redes porque el empleo formal escasea y los sueldos no alcanzan.

Los llamaron “emprendedores” en los 90 y los llaman “colaboradores” ahora. Pero en ambos casos se trata de laburantes a los que el sistema dejó sin opciones estables. En los 90, las ferreterías se convirtieron en maxikioscos. Hoy, los jóvenes se arman un perfil en PedidosYa apenas cumplen 18. Ayer era el “changarín del barrio”; hoy es el “rider” de Glovo. Diferente vocabulario, misma precariedad.

 

Los trabajos de plataforma no son el futuro: son el presente crudo de una economía que no genera empleo registrado y que castiga al que no tiene espalda. No hay aguinaldo, no hay vacaciones, no hay obra social. Tampoco hay patrón visible, pero sí hay algoritmos que deciden quién gana más, quién reparte más, quién queda afuera.

La cultura del rebusque es una muestra del ingenio popular, sí. Pero también es una alarma. Porque cuando lo que debería ser excepcional se vuelve regla, cuando el laburo digno es un privilegio y no un derecho, algo está muy mal.

Así como los parripollos no reemplazaron a las fábricas, las apps no pueden reemplazar al empleo con derechos. No alcanza con sobrevivir. Queremos vivir bien. Queremos volver a un país donde el trabajo sea sinónimo de estabilidad, no de incertidumbre. Donde no haya que pedalear 12 horas por día para llevar el pan a casa. Donde la juventud tenga futuro y no solo cuentas que pagar.

Del parripollo al Rappi, lo que cambió fue la forma. Lo que sigue igual es el fondo: un modelo que excluye. Y es hora de discutir eso, en el barrio, en las redes y en la política.

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