Una democracia sin cercanía

Las elecciones del 26 de octubre dejaron una señal profunda. El llamado “voto bolsillo” no se expresó esta vez por el bolsillo lleno, como en otras etapas de bonanza, sino por el miedo. Miedo al desequilibrio, al salto al vacío, al caos económico que una crisis política podría desatar sobre una economía doméstica ya resentida. Fue un voto de resguardo, más conservador que esperanzado. Y eso dice mucho del momento que vivimos.

Lo llamativo —y preocupante— es que la intervención directa, abierta y proclamada de un gobierno extranjero en los asuntos internos del país no provocó rechazo social. Al contrario: fue asumida con una pasmosa naturalidad, como si se tratara de un hecho inevitable o incluso necesario. Es el síntoma más nítido de un país que ha perdido conciencia de su soberanía.

La estabilidad prestada

Por un rato podrá sostenerse la fantasía del dólar bajando, pero eso no cambia la realidad. Un esquema basado en la especulación financiera, en el endeudamiento y en el ajuste sistemático sobre los más débiles no tiene destino. Por eso, la estabilidad no depende de lo que haga o deje de hacer la oposición, sino de no generar las divisas que se necesitan y vivir de prestado, esperando que el Tesoro de Estados Unidos le siga sosteniendo la mano.

La Argentina atraviesa, una vez más, una situación que recuerda a la década del 30: un Estado entregado, una economía tutelada desde afuera, una clase dirigente que administra la dependencia y un pueblo que —como escribió Scalabrini— “está solo y espera”.

La salida, entonces como ahora, no vendrá de afuera. La salida de aquella década infame fue una revolución nacional: el Peronismo, un movimiento que unió a los trabajadores, devolvió derechos y recuperó soberanía.

El miedo reemplazó a la esperanza como motor del voto. No se votó por convicción, sino por resguardo. Y lo más grave es que la injerencia extranjera en la política nacional dejó de escandalizar: se asumió con naturalidad, como si la pérdida de soberanía fuera un destino inevitable. Ese es el síntoma más profundo del tiempo que vivimos.

 

Volver a lo básico: la Básica

Hoy necesitamos volver a ese espíritu. Menos indignación y más organización. Porque opinar no cambia nada: lo que transforma es el compromiso.

Hoy existe una distancia creciente entre quienes hacen política y la vida cotidiana de las personas, y esa brecha no se reduce con la aparente cercanía que ofrecen las redes sociales. Aunque generan visibilidad y comunicación instantánea, su vínculo es superficial, impersonal y no construye confianza ni compromiso real.

La participación política auténtica no se da en el clic o el comentario, sino en el encuentro, la escucha y la construcción conjunta.

Hay que volver a participar, a involucrarse, a estar cerca de la gente. Volver a lo básico, que es volver a la Básica. Ahí es donde se escucha, se comparte y se construye poder popular.

Volver al espacio donde se gestan los lazos sociales, donde se comparten problemas y se elaboran soluciones colectivas; donde se organiza y se acumula fuerza popular para recuperar la dimensión humana y comunitaria de la política como práctica transformadora, frente a la ilusión digital de cercanía que no organiza ni empodera.

Compartir

Recientes

Nosotros

Una unidad básica es más que un local: es una usina de ideas, un refugio colectivo y una herramienta de transformación social. En La Vertiente creemos que la política se construye desde el territorio.

Suscripción

Sentís que algo tiene que cambiar y querés construirlo con otros?

Nuestro Whatsapp

+54 9 11 2851-2287

Nuestro correo

info@lavertiente.ar