Vivimos en una Argentina donde la violencia política se ha vuelto paisaje. Ya no escandaliza ni conmueve. Se naturaliza, se comparte, se viraliza. La vemos en las redes sociales, en los discursos públicos, en las calles, en los medios de comunicación. Y, lo más preocupante: muchas veces nace desde lo más alto del poder.
Este clima de agresión no es casual. Es una decisión política deliberada. Una forma de gobernar que busca instalar miedo, deshumanizar al otro y evitar el debate real sobre los problemas estructurales del país.
En esta nota analizamos cómo se expresa la violencia política en la Argentina actual: desde el discurso presidencial de Javier Milei hasta la represión policial, los escraches, las amenazas y el rol de la justicia. Un panorama que pone en jaque la democracia.
Javier Milei y un discurso que promueve el odio
Desde su aparición en la escena pública, Javier Milei convirtió el insulto en herramienta política. Lo que empezó como provocación mediática hoy es política de Estado. Milei no argumenta: agrede. A sus opositores los llama “parásitos” o “ratas”. A los trabajadores estatales, “lacras”. A periodistas críticos, “ensobrados” o directamente “hijos de puta”.
Este tipo de violencia verbal desde el poder tiene un efecto pedagógico negativo: enseña que odiar al otro es válido, que insultar empodera. Se corre el límite de lo aceptable. Lo que ayer era inaceptable, hoy se celebra como parte del “folklore libertario”.
La represión como política de Estado
La violencia institucional no se queda en las palabras. También se aplica con uniformes, palos y gases. Lo vimos el 12 de junio, durante la represión frente al Congreso: jubilados arrastrados, periodistas detenidos, diputados gaseados, jóvenes golpeados. Escenas que evocan lo peor de nuestro pasado.
Y no fue un hecho aislado. Forma parte de un patrón: represión a la protesta, causas armadas, espionaje interno, aprietes a referentes sociales. Un Estado que castiga a quien piensa distinto, que necesita fabricar enemigos internos para justificar su accionar autoritario.
Escraches, amenazas y justicia con doble vara
En las últimas semanas vimos dos tipos de hechos que deberían alarmarnos a todos. Por un lado, escraches a funcionarios del Gobierno, que si bien pueden entenderse como formas de repudio social, no siempre son acertadas ni útiles para construir una democracia sana. Por el otro, agresiones y amenazas violentas contra dirigentes opositores, sindicalistas y periodistas por parte de militantes libertarios.
La diferencia es clara. Cuando la violencia viene desde la oposición, se condena de inmediato. Se abren causas, se multiplican los discursos de repudio, se busca ejemplificar. Pero cuando los violentos son del palo oficialista, la Justicia mira para otro lado. No hay detenidos, no hay investigación, no hay fiscales de turno indignados. Esa doble vara es otra forma de violencia: la del poder judicial selectivo, que decide a quién castiga según el color político.
La justicia no puede ser selectiva. Aplicar diferentes criterios según la orientación política daña profundamente la democracia.
Recuperar el diálogo, rechazar el odio
No podemos naturalizar la violencia política en Argentina. No podemos aceptar que se gobierne con odio, que se reprima la protesta social, que se persiga al disidente. Si eso se instala como norma, gana el miedo y pierde la democracia.
Desde el peronismo creemos en otra forma de hacer política: con respeto, diálogo y firmeza en las ideas, pero sin odio. Con propuestas para mejorar la vida cotidiana de la gente, no para destruir al adversario.
Elecciones 2025: elegir otro camino para la Argentina
Nos acercamos a una nueva instancia electoral. Y se juega mucho más que una elección: se define qué país queremos construir. Podemos frenar esta cultura del odio votando propuestas que pongan a las personas —trabajadores, jubilados, estudiantes, madres de barrio— en el centro de la política.
Porque no hay futuro posible en una Argentina que se grita encima. No necesitamos más ruido, sino más ideas. No más palos, sino más soluciones. No más odio, sino más humanidad.




